Autodestrucción y liberación del
hombre contemporáneo: Un samurái en Paris
Titulo: El silencio de un Hombre- Samurái
Título original: Samurái
País: Co-producción Francia-Italia
Año: 1967
Duración: 105 minutos
Director: Jean-Pierre Melville
Reparto:
Alain Delon
Cathy Rosier
François Perier
Nathalie Delon
Guionistas: Joan McLeod, Jean-Pierre Melville, Georges Pellegrin
Productor: Eugène Lépicier, Raymond Borderie
Fotografía: Henri Decae
Montaje: Yolande Maurette, Monique Bonnot
Por Jimena Irupé
Vivas
En Samurai, El silencio de un hombre,
se tratan temas como: el nihilismo de la sociedad coetánea, la corrupción,
la soledad, la lealtad, la violencia y su contracara, la paz o liberación. A
pesar de su ritmo parsimonioso es una película
recomendable de ver, tanto por su valor estético como por la trama de la misma
protagonizada por el antihéroe, Jeff Costello.
El silencio de un hombre, tiene una ilación que aparenta ser existencialista pero en realidad es esencialista,
metiéndose de lleno en la psicología ritualista y meticulosa del personaje. El mismo actúa un samurái del siglo XX, pero con fines
destructivos. Alain Delon encarna a un
activo partícipe de esa sociedad violenta, cínica y corrupta.
El pájaro
enjaulado que posee Costello en su apartamento, también ilustra el paso del
tiempo: el ave se va destruyendo dentro de los barrotes de la jaula que lo
aprisiona. Paradójicamente, es la misma muerte la única capaz de salvarlo y de
ese modo alcanzar la liberación. La acción es pausada a lo
largo de la película, aunque se vuelve más intensa e inquietante en los
momentos en que el ave se desespera.
En esta película pueden percibirse claramente las características
de la Nouvelle Vague, como por ejemplo, el uso del claroscuro. Éste ha sido utilizado
por Melville para crear atmósferas áuricas alrededor de diversas caracterizaciones
psicológicas. Por ejemplo, cuando Jeff Costello medita y encuentra paz en sí
mismo o cuando está en presencia de su hierática compañera protagonizada por
Nathalie Delon, la luz invade el espacio y el blanco se refleja en cada rincón.
Aparte de esos efectos bien logrados y propiciamente
transmitidos, este film excede las típicas
características particulares de la corriente mencionada, al insertar cuestiones
filosóficas e ideológicas que no suelen estar presentes en un policial convencional.
Al traspolarizar épocas y culturas, Melville hace
que el asesino Jeff Costello, aparente vivir bajo el estricto código de honor japonés
pero en otro contexto histórico-geográfico. Es más, el personaje posee un propio
uniforme similar al de un Samurái, que en este caso es francés y
del siglo XX: gabardina, sombrero y guantes blancos. Costello realiza un ritual antes de realizar
su trabajo, al colocarse enérgicamente su gabardina y calzarse el sombrero,
rozando con el dedo el borde de su ala cuando todo está en su lugar.
Jeff es el único ser estéticamente atemporal en el film, y se destaca
su modesto vestuario el cual podría
ser reutilizado en la actualidad. Es más, su semblante es difuso, su piel
límpida y pálida. Sólo se destaca de su rostro la mirada, que ni siquiera nos
transmite la mínima emoción o sentimiento. En cambio, el resto de los
personajes se mantienen fieles a su época siguiendo los cánones utilizados en
el momento en que se desenvuelve la acción.
El
personaje principal fluye entre la vida y la muerte, entregando a voluntad su
vida en la última escena, en donde enfrenta la vergüenza de la derrota. Es en esta
situación en la que se dirige sereno al lugar donde sabe que será asesinado
y realiza el mismo ritual de siempre
previo a cometer un asesinato. Aquí su ceremonia se percibe como más
consciente, cuidadosa y precisa. Por
única vez la mirada de Jeff Costello, se intuye cercana y anclada a su presente,
a ese instante. Se advierte la muerte del personaje, quien parece cumplir una misión gloriosa al demostrar adhesión
con los que le fueron leales y al
abandonar la jaula invisible de la que se ve preso.
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